Adiós al profesor que buscó la bondad en la sabiduría
Los autores recuerdan a Mario Bunge, que falleció ayer en Canadá, y su "impresionante" legado intelectual y humano
Por: IGNACIO MORGADO BERNAL y AVELINO MULEIRO
25 FEB 2020
Los autores recuerdan a Mario Bunge, que falleció ayer en Canadá, y su "impresionante" legado intelectual y humano
Por: IGNACIO MORGADO BERNAL y AVELINO MULEIRO
25 FEB 2020
Mario Bunge, físico y filósofo, uno de los más grandes pensadores de nuestro tiempo falleció anoche en el Centro hospitalario de la Universidad de Montreal (Canadá), rodeado de su esposa y sus hijos, Marta, Eric y Silvia, tan solo unos meses después de haber cumplido cien años.
Nos deja un legado intelectual y humano impresionante, con la pena de que se haya ido precisamente cuando ya estaba a punto de aparecer en versión española su impresionante tratado de Filosofía en cinco tomos.
Ciudadano del mundo, amó profundamente a su país, Argentina, cuyas penalidades sufrió especialmente durante el peronismo en sus años jóvenes. Y no creemos equivocarnos si decimos que España fue también para él un país querido y de adopción. Le hubiera gustado jubilarse en el Mediterráneo, cuya luz adoraba, pero los avatares de la vida no se lo permitieron.
Ha estado trabajando como profesor emérito hasta casi el final de sus días, y creemos acertado decir que cuanto más ha profundizado en la naturaleza humana más ha querido acoplar ese conocimiento a la bondad y a la lucha por construir un mundo mejor, lejos de guerras e injusticias.
Nunca dejaremos de recordar su mejor expresión de amor al conocimiento y la ciencia en su canónico texto La investigación científica (Ariel, 1996):
Le hubiera gustado jubilarse en el Mediterráneo, cuya luz adoraba, pero los avatares de la vida no se lo permitieron
La adopción de una actitud científica robustecería nuestra confianza en la experiencia guiada por la razón, y nuestra confianza en la razón contrastada por la experiencia; nos estimularía a planear y controlar mejor la acción, a seleccionar nuestros fines y a buscar normas de conducta coherentes con esos fines y con el conocimiento disponible, en vez de dominadas por el hábito y la autoridad; la actitud científica daría más vida al amor a la verdad, a la disposición a reconocer el propio error, a buscar la perfección y a comprender la imperfección inevitable; nos daría una visión del mundo eternamente joven, basada en teorías contrastadas, en vez de estarlo en la tradición, que rehúye tenazmente todo contraste con los hechos.
Descanse en paz, querido profesor.
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