A la entrada, junto a la puerta marcada con el
número 3, un discreto grabado indica que allí viven Pilar del Río y José
Saramago. No hay mucha diferencia entre esta y las viviendas vecinas de
la comarca de Tías, en Lanzarote, salvo el cartel que la nombra, "A
Casa" _ "la Casa"- , y que recuerda esas denominaciones que le da el
escritor portugués a muchas de sus criaturas: "el Rey", "el Hombre", "la
Mujer", "el Centro", "la Caverna", "la Balsa".
Es Pilar, periodista y traductora de la obra de su esposo, quien nos
invita a ver un video sobre la visita que en 1999 hizo el Premio Nobel a
Cuba y que reseña el encuentro de toda la tribu Saramago- Del Río con
Fidel. Y contará detalles de la presentación del último libro del Nobel,
El hombre duplicado, en el Teatro Colón, de Buenos Aires, ante 4200
personas. Allí, en un cartel gigante habían escrito: "Saramago, te
queremos, pero queremos a Cuba también." Pilar recuerda lo que comentó
José cuando lo vio: "Yo también quiero a Cuba."
En ese largo diálogo descubro que el ser humano esencial que escribe
sus libros, es el mismo que tengo delante. En la despedida, nos abrazó
uno a uno, y cuando me tocó el turno, solo atiné a decirle muy bajo: "
no deje de querer a Cuba". Todavía me estremece ese "nunca" que escuché
con la cabeza apoyada en su hombro.
EL AMOR
He visto que todos los relojes de esta casa siguen detenidos a las cuatro de la tarde.
Es
la hora en que Pilar y yo nos dimos cita por primera vez. Pilar es el
centro de mi vida desde que la conocí hace 17 años. Fue idea mía parar
los relojes de esta casa a las cuatro de la tarde. Eso no significa que
el tiempo se haya quedado ahí, sino que es como si el reloj marcara la
hora en la que el mundo empezó.
En
El año de la muerte de Ricardo Reis usted desliza una frase que no se
puede escribir sin haber sentido profundamente lo que está diciendo: "La
soledad no es estar solo; la soledad es estar donde ni uno mismo está."
Hay
una soledad ontológica, el ser está ahí- , nos dice que somos islas,
quizás en un archipiélago, pero islas de todos modos. Se puede
establecer comunicación, fuentes, correos, pero la isla está ahí, frente
a otra isla. Tal vez el símil es fácil, banal. Las personas viven con
esa soledad sin darse cuenta, o dándose cuenta de ella a ratos.
Hasta ahora hay dos únicas formas que hemos inventado, que a veces
funcionan y, otras, no funcionan más, pero que nos sacan de la soledad:
la amistad y el amor. Pero el amor tampoco es una cosa que pueda ocurrir
a los 18 años, y mantenerse de la misma forma hasta los 80. Uno tiene
dos, tres, o cinco, y a veces más amores en su vida, y todos son
eternos.
LA FAMILIA
Sin embargo, usted ha dicho que no tiene ninguna ilusión en la familia como institución.
Ninguna,
y no es porque en mi caso particular mi familia en el sentido biológico
ya esté reducida a una hija que nació en 1947, prácticamente
contemporánea de Pilar, y a dos nietos. Por tanto, esa es la familia.
Pero esto me ocurrió desde antes, aun cuando tenía mis abuelos - el
abuelo Jerónimo Melrinho y la abuela Josefa Caixinha- , que se han
convertido en las figuras míticas de mi vida_
¿Este abuelo es el que dejaron abandonado al nacer en el torno de un oficio?
Sí,
el mismo que tuvo un accidente vascular, y antes de que se lo llevaran a
Lisboa a los tratamientos médicos, fue al huerto a despedirse de sus
árboles, a los que se abrazó llorando_
Es extraordinaria esta lección de sensibilidad.
Hay
que pensar que era un pastor analfabeto, que nunca leyó un libro en su
vida, que no sabía lo que era una letra. Muchas veces nosotros hacemos
cosas y creemos que es espontáneamente. No es cierto. Hemos leído,
sabemos por haber leído que lo natural es hacer esto o aquello, y por
tanto, repetimos experiencias. Si yo abrazara los árboles, no sería
espontáneo. Estaría repitiendo algo hecho por otro.
De
todas formas haber expresado este tipo de experiencias tan apegadas a
la naturaleza misma del ser humano tal vez explique por qué su
literatura convence y por qué fascina ese tono suyo, implacable y tierno
a la vez.
Fui
un niño muy serio, melancólico. Yo salía de mi casa, solo, y me iba por
los olivares que coloreaban Azinhaga, mi pueblo que ya han sido
arrancados y sustituidos por otros cultivos. Me iba hasta el río que
pasa cerca de mi casa, y hasta más allá, al Tajo. Solo, siempre solo.
¿Qué ha sido verdaderamente mi familia? Mis padres me querían muchísimo,
como es natural, pero siempre he tenido la sensación de que la familia
no es esto, que no debe ser solo esto.
LA MEMORIA
Los contextos también son determinantes. Usted mismo ha dicho que
habitamos físicamente un espacio, pero habitamos sentimentalmente una
memoria. ¿Cómo sobrevive una memoria como la suya en este mundo que hace
culto al olvido?
Lo
del culto al olvido es totalmente cierto. Nos estamos convirtiendo
todos en norteamericanos, que no tienen realmente memoria, y nosotros
tenemos con la memoria una relación diferente al olvido que nos imponen.
Vivimos en un espacio, pero habitamos en una memoria. Podría
hablarte de Lisboa. La conocí a lo largo de todos esos años de los
cuales te hablé. Pero a la Lisboa que veo como algo mío, no tiene nada
que ver con la de ahora. El espacio que ocupa la misma ciudad tampoco
tiene que ver con "mi ciudad": es ancha, ha crecido, es otra. Por tanto,
la Lisboa que llevo dentro es la Lisboa de los años 30; y el pueblo que
llevo dentro, no tiene nada que ver con el pueblo que está ahí.
Eso es evidente. Hay una especie de tránsito continuo. Las
generaciones se suceden. Los lugares se transforman, pero nosotros
necesitamos anclas. Sí, señor, estoy aquí, pero existo en la memoria de
mí mismo, en un determinado tiempo y en un determinado lugar.
Con
los lugares puede decirse que también puede existir una especie de
memoria anticipada. Quien ve a Lanzarote se da perfecta cuenta de que
existía en su literatura antes de que usted lo conociera y decidiera
instalarse aquí.
Sí,
y en el fondo tiene que ver con esa novela que se llama La balsa de
piedra, donde la península Ibérica se despega de Europa y se va por ahí,
convertida en una isla.
¿Por qué su obsesión con las islas? Estoy recordando otra isla famosa de Saramago, la de El cuento de la Isla desconocida.
En
el fondo, porque está asociada a la idea de lo que está lejos, y a
donde vamos y todavía no hemos llegado. El debate entre el rey y el
hombre en El cuento, cuando este último dice que se va a buscar la isla
desconocida. "Pero no hay islas desconocidas", dice el rey. "Están todas
en el mapa",. "¿Y cómo sabes tú que no hay islas desconocidas? Siempre
hay islas desconocidas". Y el rey: "Pero la isla desconocida no está en
el mapa, por tanto no puedes conocerla". En el fondo de lo que trata
este diálogo es de la idea de que hay lugares, en algunos casos llamados
Atlántida, que son nuestras utopías constantes.
En La balsa de piedra, cuando al cabo de su larga navegación la
península ibérica se detiene entre África y América del Sur, es para
convertirse en utopía, un lugar hacia donde hay que ir sin dudas. Todo
no estará resuelto, pero quizás se puede resolver y así encontrar la
felicidad humana.
EL COMPROMISO
Sin embargo, se ha dicho que La balsa de piedra es en realidad una dura crítica a la Unión Europea.
Es
mucho más que eso, aunque la situación concreta que impulsó la novela
era la de España y Portugal, de cara a la Comunidad Europea.
Curiosamente un político catalán ha puesto el dedo en la llaga. Después
de la publicación de La balsa de piedra dijo: "no nos equivoquemos, el
señor Saramago no quería separar a la Península Ibérica de Europa; lo
que él quería era llevar a toda Europa hacia el sur". Y eso está muy
bien. Realmente, mi propuesta es romper la dicotomía Norte- Sur con un
viaje que no sería físico, sino ético. Europa tiene que mirar al Sur
como un lugar que ha explotado, que ha colonizado, y tiene que revertir
ese daño.
Lo
que llama la atención es que, en su literatura, el Sur no es solo un
espacio con el que Europa está en deuda, sino un referente ético. Por
cierto, el Sur latinoamericano ha sido especialmente receptivo a su
obra.
Todo
en mi vida sucedió tarde. Salí por primera vez de las fronteras de mi
país a los 47 años, y he logrado viajar a toda la América y descubrir
esa otra isla desconocida. La relación que tengo con los lectores
latinoamericanos es extraordinaria.
La última novela, El hombre duplicado, se presentó en Buenos Aires,
en el Teatro Colón, que es uno de los más grandes del mundo. Caben más
de 4000 personas. En la presentación de un libro que no es más que eso, y
no hay copas y yo no canto, y tampoco bailo, el teatro estaba
totalmente lleno. ¿Se imagina lo que es entrar en un teatro y
encontrarse 4000 personas solo por un libro? Eso generó en mí un
sentimiento apabullante de responsabilidad. No puedo defraudarlos. Lo
que escribo, por tanto, es para ellos.
De
todas maneras no se encuentra mucha literatura apegada al concepto del
compromiso. Es más bien la excepción y no la regla. Y ni qué decir, de
quienes como usted lo asumen de una manera evidente, sin actitudes
vergonzantes...
Sé
que lo hago de una manera evidente, pero no es lo que llamábamos hace
30 años "mostrar abiertamente la evidencia". Es evidente de otra forma,
porque en el fondo, si escribo El ensayo sobre la ceguera, es a través
de un pacto en el que usted acepta que le cuente una historia en la que
todo el mundo, con excepción de una mujer, va a quedarse ciego. Si lo
acepta, entonces veremos si nos entendemos, si puedo hacerle llegar a
usted lo que quiero decir. Esto en circunstancias distintas, en épocas
distintas, sería narrado de otra forma. No es que mi novela no sea
realista. Soy un escritor realista; totalmente, realista. Pero no se
trata de un realismo estrecho, incapaz de acudir a la imaginación, a la
fantasía.
Dse cuenta de que todas mis novelas arrancan o tienen algo
imposible. Empezando con Memorial del Convento: Blimunda ve más allá de
la piel de la gente cuando está en ayunas. De El año de la muerte de
Ricardo Reis, mejor no hablar. La balsa de piedra: qué idea tonta esa de
que la Península se va. En La Historia del cerco de Lisboa, intento
demostrar que los cruzados no ayudaron a los portugueses a conquistar
Lisboa, cuando la verdad histórica dice que sí. En El Evangelio según
Jesucristo, los textos canónicos dicen que eso no ocurrió tal como lo
cuento. En el Ensayo sobre la ceguera: no es cierto que toda la gente
esté ciega. En La Caverna, decir que la "caverna de Platón" está debajo
de un centro comercial, es imposible... En El Hombre duplicado, dos
seres exactamente iguales, a lo largo de toda su vida, hacen lo mismo:
si uno se deja crecer su bigote, el otro se dejará crecer su bigote; si
uno tiene una cicatriz, el otro también... Imposible. Y en la novela que
estoy escribiendo ahora, Ensayo sobre la lucidez, también pasa algo
"imposible". Pero de esta no te digo nada más.