Encuentro con un ángel
Por: Yamile Delgado de Smith
Hoy venía en mi carro desde Maracay por la autopista congestionada de carros. Poco a poco avanzaba, mientras escuchaba música, con la esperanza que el río de carros disminuyera. Mi deseo no se cumplió; al contrario, ahora habían más carros y un mundanal de vendedores nos ofrecían a todos los conductores, a precios exorbitantes, agua, refrescos, helados, galletas, panelas de San Joaquín y hasta música del conde del guácharo en CD. Recordé mis días en la India, la única diferencia era que no habían vacas y dromedarios en la vía porque los turbantes, también, los lucían los vendedores protegiendo sus caras del inclemente sol del ocaso del día.
Viajar
sola no es de mi agrado pero debo reconocer que permite pensar y detenernos en
aquellas cosas para las que no sacamos tiempo en el trajín diario. Seguí
avanzando en el carro con la fortuna que todo volvió a la normalidad al
desaparecer el tráfico. Dejé en el camino el colorido de los vendedores y el
viaje, por supuesto, se volvió amigable en la medida que escuchaba música.
De
pronto, sentí un fuerte ruido ensordecedor al tiempo que una
humareda me tapaba la visibilidad. Dios! Virgencita! Qué está pasando, me
pregunté.
El carro
se detuvo, intenté prenderlo millones de veces y no fue posible. Me bajé del
carro y lo único que se me ocurrió fue sacar el triángulo de seguridad que
anunciaría que estaba accidentada en plena vía. Siempre he pensado que soy una
mujer afortunada y que siempre hay ángeles que me protegen de todo mal. En ese
momento pensé “Dios mío, mándame un ángel y ayúdame”.
Mire el teléfono al que le iba y venía la señal. No podía comunicarme; estaba sola, con mis pensamientos y pidiendo a gritos, al universo, que llegara un angelito y me sacara del percance.
Mire el teléfono al que le iba y venía la señal. No podía comunicarme; estaba sola, con mis pensamientos y pidiendo a gritos, al universo, que llegara un angelito y me sacara del percance.
De
inmediato, se paró un camión. Pensé que se trataba de una grúa pero era
un camión sin carga. Se bajaron tres hombres y uno de ellos me preguntó.
“¿Qué le
pasó?”
Mientras
el sol se ocultaba le conté la historia del ruido, el humo y detenimiento del
carro.
Uno de
los tres hombres, revisó el carro y comentó “su carro está dañado, se
le salió el aceite y necesitará una grúa. No podré ayudarle”
Luego
continuó “nosotros nos vamos, en el Peaje de Guacara informamos que está
accidentada para que le manden una grúa. Este lugar es muy peligroso para usted
pero también para nosotros”
Para mi
sorpresa, otro de los señores comentó
“No
podemos dejarla sola acá, mejor arrastramos su carro hasta el peaje de
Guacara”.
Y así
fue, colocaron unos mecates al carro y continuamos el camino.
Yo iba en
el puesto del copiloto porque el ángel decidió llevar el control del volante
mientras era arrastrado por el camión.
Mientras
avanzábamos en el camino pensé en mi buena suerte. Atrás dejábamos el lugar
tenebroso y de peligro. Cuando vi que llegamos al peaje me alegré mucho porque
allí me esperaba un puesto de control vial. Éste queda al otro lado de la
autopista, en el sentido contrario por el que veníamos. Por eso, el ángel tomó
de mi mano y me ayudó para atravesar la autopista. No me percaté si al carro le
habían quitado los mecates.
Al llegar
al puesto de guardias, el ángel le dijo al señor uniformado de mayor rango.
“le dejo
a la señora para que la cuiden mientras vienen por ella”
El
guardia me miró y preguntó “¿qué le pasó?”
y
en respuesta le conté la historia, del ruido, el humo, y además, que el carro
se había accidentado a 10 kilómetros del túnel.
El señor
uniformado, luego de escucharme, me dijo “tiene mucha suerte que no le haya
pasado nada”
Busqué a
mi ángel pero ya no estaba, había desaparecido en la oscuridad. Tampoco alcancé
ver mi carro que debía estar al otro lado de la autopista. Y en ese momento
comprendí que se lo habían llevado arrastrado. Siempre buscando lo positivo de
las cosas que pasan pensé “sólo es un carro y yo estoy bien”
El lugar
era muy oscuro y la luz era la que nos llegaba de los carros y camiones. El
señor uniformado me dijo “Vamos al otro lado de la autopista para ver si
encontramos su carro” Nuevamente volví a atravesar la calle, en esta
ocasión con el señor uniformado que sólo con levantar la mano, en señal de
alto, lograba que los carros se detuvieran facilitando nuestro paso de un
extremo al otro de la congestionada autopista.
Vi mi
carro, estaba mi carro! Era tan oscuro el lugar que se confundía en la
inmensidad de la noche.
Yamile Delgado de Smith |
Al rato
llegó Rolando (mi esposo) y Chipi (cuñada) a mi rescate, contratamos el
servicio de una grúa y regresamos para Valencia. Rolando se vino en la grúa y
yo manejando el carro de mi cuñada. Venía pensativa, creo que el hombre
que me ayudó era un ángel. Recuerdo el recorrido por la autopista que me
pareció vacía entonces, sin ruido, sin cornetas, sin cambios de luces; ningún
conductor pareció percatarse de nuestra presencia macilenta por la autopista.
Recordé cómo había desaparecido el ángel en la inmensidad de la noche.
Llegamos
a casa y al revisar mi teléfono encontré un mensaje que decía “¿cómo llegó a su
casa?” era del ángel de la autopista y le respondí
“estoy
bien, muchas gracias, eres un ángel”
y él, me
respondió: “si supieras que para mí el ángel eres tú”
Ahora me
iré a dormir, no sin antes pedir a Dios que colme de bendiciones al ángel que
hoy me ayudó y a quien le di mi teléfono seguramente durante la travesía.
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