domingo, 30 de agosto de 2020

La Deshonestidad Intelectual

 






 La deshonestidad es definida por la Real Academia de la Lengua Española como: “cualidad de deshonesto”, una ausencia de honestidad, siendo lo honesto todo aquello que tiene “decencia o decoro” (RAE, 2020). Cuando se habla de deshonestidad intelectual, usualmente se hace referencia a un amplio abanico de faltas éticas relacionadas con el trabajo intelectual; a la falta de rigurosidad deliberada sobre un análisis que pretende ser objetivo, a la apropiación indebida del trabajo intelectual de otros, al uso del llamado recurso de autoridad o apelación a la acreditación para imponer o promover falacias, etc. Pero todas estas expresiones tienen en común la plena conciencia de quién la ejecuta de la falta que comete, que es el factor sustantivo que lo diferencia del mero error, es decir, el dolo.

     Usualmente al intelectual se le presume como un crítico o cuestionador informado de las premisas que son socialmente aceptadas, y su naturaleza por lo general resulta irreverente ante los compromisos que limiten su búsqueda personal de lo que entiende por verdad, dentro de su propio equipaje epistemológico, en procesos cognitivos racionales mediados por las emociones, por más utópica que suene esa pretensión en la posmodernidad, donde se reconoce la falacia de la posverdad (Haidar, 2018).

     Hay sectores cuya exigencia de honestidad a los intelectuales tiene como marco su responsabilidad ante el mundo, o mejor dicho, a su debida lealtad ante ciertas ideas sobre el mundo. El deber de transformar la realidad en vez de sólo interpretarla, era el precepto de Marx para los filósofos; pero a veces describir o interpretar el mundo, puede ser igualmente transformador, sin necesidad de aspirar a ser arquitectos del devenir humano. En ocasiones esa capacidad de transformación del mundo se le quiere negar a la persona en su propio ejercicio intelectual; cuando el cambio de posiciones se convierte en una herejía o gesto de supuesta deshonestidad para sus antiguos seguidores o acompañantes, ya que la sustitución de ideas se suele  asimilan erróneamente como inconsistencia y debilidad. En este sentido: El lector, que ve las dudas del intelectual, empieza a dudar de la calidad de sus ideas. Si él mismo no se compromete en serio con sus ideas, quizá hay que pensar que sus ideas no son serias” (Ovejero, 2004).

     A los llamados intelectuales también se les exige en ocasiones ser “orgánicos”, en el sentido más amplio dado por Gramsci, que transciende lo cultural para abarcar la indecencia en el propio diseño y ejercicio del actuar público del Estado. Esa pretendida responsabilidad los lleva a ser cuestionados cuando dejan de ser “coadyuvantes a los procesos transformadores”. Es ahí cuando se presenta “el compromiso de los intelectuales”, y el fantasma de “ese medio camino entre tasar las ideas y tasar el trato con ellas” (Ovejero, 2004). La presión ejercida en grupos que comparten cercana identidad ideológica, puede resultar enorme, al punto de hacer sucumbir a la tentación utilitarista de justificar cualquier cosa por el beneficio de “causas”, que supuestamente superan cualquier contemplación moral “al por menor”.

     Esa organicidad entendida de forma perniciosa, podría adoptar dos formas: la primera, que no sería deshonestidad propiamente, sino más bien la creencia en un dogma de fe, más cercano a la experiencia religiosa; de personas que sólo se entienden en el mundo desde una perspectiva ideológica y sus categorías, donde obtienen sentido ontológico y se reafirman emocionalmente en una posición acrítica de “lealtad”, donde reniegan de todo aquello que contradiga sus axiomas doctrinales. Serían los "Jobs" bíblicos, para los cuales la evidencia empírica contradictoria sería sólo una prueba más para su fe. La segunda, representada por los deshonestos intelectuales propiamente, que reconocen en la intimidad de sus conciencias lo cuestionable de sus argumentos, pero sacrifican su reputación o credibilidad por interés crematístico, por conservación de privilegios, o el simple miedo a la exclusión social de sus grupos identitarios; en pocas palabras, “mercenarios del pensamiento”. Ambos, aunque por motivos distintos, son igualmente nocivos cuando defienden pretensiones totalitarias, porque tal como afirma el profesor cubano Armando Chaguaceda (2020):

El totalitarismo, del signo que sea, nos vuelve a todos rehenes. A diferencia de otros despotismos, que encierran tu cuerpo, el totalitarismo secuestra tu alma. La vida propia y ajena, la de quienes nos importan, depende siempre de nuestro silencio o aquiescencia. Es el miedo, acaso el sentimiento más humano -por animal- lo que sostiene ese orden, luego que el dogma envejece y el entusiasmo pasa. Por eso entiendo el temor de quienes callan. Porque todos hemos callado, dudado, temido. La gente, la masa no heroica, trata simplemente de sobrevivir. Lo que no entenderé es la alabanza, calculada e hipócrita, de quienes llamándose "intelectuales" y "humanistas", siguen maquillando con su erudición aquel abuso. El abuso con sus pares, con ellos mismos”.

     La defensa de los derechos humanos en toda su integralidad, muchas veces se enfrenta no sólo a aquellos que los violan abiertamente sin complejos morales, sino a aquellos que intentan justificar su violación, minimizarla, relativizarla, o invisibilizarla, desde el plano argumentativo de una pretendida intelectualidad, por considerarlo “daño colateral” o un “mal menor” comparado con el progreso de una “causa” en abstracto. Así la batalla por los derechos humanos se extiende al campo de la ética en el ejercicio honesto del trabajo intelectual, en pocas palabras, a la lucha por las conciencias.    

CHAGUACEDA, Armando (2020) Disertaciones sobre totalitarismo. Redes sociales. Universidad de Guanajuato. México.  

HAIDAR, Julieta (2018) Las falacias de la posverdad: desde la complejidad y la transdisciplinariedad. Oxímora Revista Internacional de Ética y Política. Núm. 13. jul-dic 2018.

OVEJERO, Félix  (2004) El precio de los intelectuales. Revista de Libros de la Fundación Caja Madrid. Núm. 89, mayo 2004. España.

REAL ACADEMIA ESPAÑOLA (2020): Diccionario de la lengua española, 23.ª ed. España.