miércoles, 31 de julio de 2019

Encuentro con un angel


Encuentro con un ángel
Por: Yamile Delgado de Smith

Hoy venía en mi carro desde Maracay por la autopista congestionada de carros. Poco a poco avanzaba, mientras escuchaba música, con la esperanza que el río de carros disminuyera. Mi deseo no se cumplió; al contrario, ahora habían más carros y un mundanal de vendedores nos ofrecían a todos los conductores, a precios exorbitantes, agua, refrescos, helados, galletas, panelas de San Joaquín y hasta música del conde del guácharo en CD. Recordé mis días en la India, la única diferencia era que no habían vacas y dromedarios en la vía porque los turbantes, también, los lucían los vendedores protegiendo sus caras del inclemente sol del ocaso del día.

Viajar sola no es de mi agrado pero debo reconocer que permite pensar y detenernos en aquellas cosas para las que no sacamos tiempo en el trajín diario. Seguí avanzando en el carro con la fortuna que todo volvió a la normalidad al desaparecer el tráfico. Dejé en el camino el colorido de los vendedores y el viaje, por supuesto, se volvió amigable en la medida que escuchaba música.
De pronto, sentí un fuerte  ruido ensordecedor  al tiempo que una humareda me tapaba la visibilidad. Dios! Virgencita! Qué está pasando, me pregunté.
El carro se detuvo, intenté prenderlo millones de veces y no fue posible. Me bajé del carro y lo único que se me ocurrió fue sacar el triángulo de seguridad que anunciaría que estaba accidentada en plena vía. Siempre he pensado que soy una mujer afortunada y que siempre hay ángeles que me protegen de todo mal. En ese momento pensé “Dios mío, mándame un ángel y ayúdame”.
Mire el teléfono al que le iba y venía la señal. No podía comunicarme; estaba sola, con mis pensamientos y pidiendo a gritos, al universo, que llegara un angelito y me sacara del percance.
De inmediato,  se paró un camión. Pensé que se trataba de una grúa pero era un camión sin carga. Se bajaron tres hombres y uno de ellos me preguntó.
“¿Qué le pasó?”
Mientras el sol se ocultaba le conté la historia del ruido, el humo y detenimiento del carro.
Uno de los tres hombres, revisó el carro y comentó  “su carro está dañado, se le salió el aceite y necesitará una grúa. No podré ayudarle”
Luego continuó “nosotros nos vamos, en el Peaje de Guacara informamos que está accidentada para que le manden una grúa. Este lugar es muy peligroso para usted pero también para nosotros”
Para mi sorpresa, otro de los señores comentó
“No podemos dejarla sola acá, mejor arrastramos su carro hasta el peaje de Guacara”.
Y así fue, colocaron unos mecates al carro y continuamos el camino.
Yo iba en el puesto del copiloto porque el ángel decidió llevar el control del volante mientras era arrastrado por el camión.
Mientras avanzábamos en el camino pensé en mi buena suerte. Atrás dejábamos el lugar tenebroso y de peligro. Cuando vi que llegamos al peaje me alegré mucho porque allí me esperaba un puesto de control vial. Éste queda al otro lado de la autopista, en el sentido contrario por el que veníamos. Por eso, el ángel tomó de mi mano y me ayudó para atravesar la autopista. No me percaté si al carro le habían quitado los mecates.
Al llegar al puesto de guardias, el ángel le dijo al señor uniformado de mayor rango.
“le dejo a la señora para que la cuiden mientras vienen por ella”
El guardia me miró y preguntó “¿qué le pasó?”
 y en respuesta le conté la historia, del ruido, el humo, y además, que el carro se había accidentado a 10 kilómetros del túnel.
El señor uniformado, luego de escucharme, me dijo “tiene mucha suerte que no le haya pasado nada”
Busqué a mi ángel pero ya no estaba, había desaparecido en la oscuridad. Tampoco alcancé ver mi carro que debía estar al otro lado de la autopista. Y en ese momento comprendí que se lo habían llevado arrastrado. Siempre buscando lo positivo de las cosas que pasan pensé “sólo es un carro y yo estoy bien”
El lugar era muy oscuro y la luz era la que nos llegaba de los carros y camiones. El señor uniformado me dijo “Vamos al otro lado de la autopista para ver si encontramos su carro”  Nuevamente volví a atravesar la calle, en esta ocasión con el señor uniformado que sólo con levantar la mano, en señal de alto, lograba que los carros se detuvieran facilitando nuestro paso de un extremo al otro de la congestionada autopista. 
Vi mi carro, estaba mi carro! Era tan oscuro el lugar que se confundía en la inmensidad de la noche.
Yamile Delgado de Smith
Al rato llegó Rolando (mi esposo) y  Chipi (cuñada) a mi rescate, contratamos el servicio de una grúa y regresamos para Valencia. Rolando se vino en la grúa y yo manejando el carro de mi cuñada.  Venía pensativa, creo que el hombre que me ayudó era un ángel. Recuerdo el recorrido por la autopista que me pareció vacía entonces, sin ruido, sin cornetas, sin cambios de luces; ningún conductor pareció percatarse de nuestra presencia macilenta por la autopista. Recordé cómo había desaparecido el ángel en la inmensidad de la noche.
Llegamos a casa y al revisar mi teléfono encontré un mensaje que decía “¿cómo llegó a su casa?” era del ángel de la autopista y le respondí
“estoy bien, muchas gracias, eres un ángel”
y él, me respondió: “si supieras que para mí el ángel eres tú”
Ahora me iré a dormir, no sin antes pedir a Dios que colme de bendiciones al ángel que hoy me ayudó y a quien le di mi teléfono seguramente durante la travesía.